Zeus me fecunde con su lluvia de oro.
En mi atalaya, presa sin barrotes en una cárcel de oro,
malgasto mis horas contando las auroras
que faltan para verte.
Qué triste es la soledad de quien espera…
una mirada, un instante,
una tarde robada al reloj, al diario,
al vértigo, a la prisa…
¡Qué pena vivir de ilusiones vividas o por vivir!
una ilusión eterna…con la certeza de que nunca se hará realidad.
Ella espera, entre algodones, entre gritos, entre plumas,
entre luces, entre sombras… espera sin esperanza.
Algo que cambie su vida… el tren que pasó,
la oportunidad que perdió, el viaje que desaprovechó.
Cuántas tardes dormida, sueña despierta…
Manos que tocan en vano…
Pechos huérfanos de caricias…
Labios amargos sin besos…
Pubis derramado en néctar inútil…
Anhela ese día, quizás tarde, quizás noche…
liberar su cuerpo, abandonar su mente:
perderse sin reproches en brazos deseados.
Oler su cuerpo, montar sobre salvaje montura,
besar su hombría, tocar su piel,
abrir los ojos, cerrar sus heridas…
Y después… al final… descansar en su hombro
el peso de la vida, de la culpa, de la sed, del amor.
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