ni yo entendí tus notas…
volando siempre
entre versos sueltos,
tus pies estaban atados
al suelo,
presos de la tierra.
Yo seguía con mis mariposas
y tú, con tu sueño.
Después…
El
espacio
incierto
del silencio
blanco
y el miedo.
Después…
vino la lluvia
y el sol que quemaba la vista,
la niebla densa
que borraba la orilla.
Y después,
en mitad del incomprensible caos
llegó mi ser de Parménides:
perfecto, acabado, inmutable.
Mantuvo un año nuestro universo
sostenido entre sus pequeñas manos,
Fue hilvanando con palabras puras
y pasos doblados
un camino incierto que tú,
ya no seguías a su lado.
Te dije que seguiría tus huellas
y tú las ibas borrando.
Yo enciendo una luciérnaga
para alumbrar nuestro cuarto.
Y la vida me encuentra, desnuda,
esperando un milagro.